martes, 12 de mayo de 2020

Declaraciones subversivas por el derecho al ser, la poesía de Andrea Pachacama, por María Negro


Andrea Pachacama se presenta a sí misma desde su punto más íntimo y, para lograrlo, sabe debe reinventar la palabra que la nombra. Entonces, Andrea es Fishfirika, un ser humano al que nada de su condición le es ajeno. Fishfirika es una estratega superviviente de este comienzo de siglo pandémico y feroz. Ha poblado su poesía de los gritos propios y ajenos, y eso la transforma en trascendental. 

Andrea tiene pocos años y muchas vidas. Hermana de la palabra y del verbo como sujeto, es parte del dúo Longas Fieras Subversivas  que azota impiadosamente la música y la poesía platense. “Declaraciones subversivas por el derecho al ser” es su primer libro.

Fishfirika dice en voz alta, con música o en silencio, la sangre que nos bulle, lo que entendemos y lo que no, las resurrecciones que nos construimos a diario. Heterogénea en sí, como palabra que aúna los pedazos de ella, los que ubicó en otros cuerpos en el rompecabezas de reconstruirse, y lo volvió poesía.

Andrea encontró en el lenguaje poético la posibilidad de ser escuchada hilando acciones. Duda, asevera, construye, tiembla, promueve, denuncia. 

“Oh santa concha que estas entre las piernas
Santificado sea tu clítoris
Llena seas de fluídos
Lubricados sean tus labios
Por la inmediata apostasía colectiva
Aaaaaaa….aaa…aaaa..a…amen
Líbranos madre del embarazo no deseado
Aléjanos de los estereotipos de belleza que nos castran
Las tendencias culturales que nos desfiguran”

La libertad en el arte es ejercida por Fishfirika en una vindicación herética: lo dicho para convulsionar. No se pasa por su poesía sin sentir, no se pasa por su poesía sin pensar. Ambos verbos, en sí mismos, ya son un obsequio.

Las conclusiones de una generación reverdecida al calor de una extensa batalla histórica, muestran en la poesía de Andrea su vitalidad. Andrea es la poesía que escriben nuestras hijas mientras luchan. Andrea es la poesía que escriben nuestras hijas mientras están asustadas. Andrea es la poesía que escriben nuestras hijas mientras pierden el miedo. Andrea es la poesía que escriben nuestras hijas mientras hablan de amor, de otro amor, de un amor tan distinto que subvierte la ternura hasta volverla real, y por eso no negocia pavadas.

“Insurgimos en nuestro ambiente como lava de volcán”, dice la poeta atrevida.

Así sea, querida Longa
Así sea, querida Fishfirika
Así sea, querida Andrea.


María Negro


Declaraciones subversivas por el derecho al ser
Fishfirika
Gali Arte Editora (@galiarte.editora)




jueves, 19 de marzo de 2020

El derecho a transitar el Mientras Tanto, por María Negro


Otra vez en la barra acodado, pero de pie
para escribir y renacer en el arte de recomenzar
que es respirar entre sorbo y sorbo
atado al beso anterior, sí
pero saboreando (ya) el después.
Mientras tanto:
Por favor te pido otra negra.


Ezequiel Wolf apunta alto. Dice desde el título de su libro nomas, una incomodidad. Mientras Tanto. No dice ahora, ayer o mañana. No hay punto de partida ni de llegada, todo es el pasaje, el puente. Atemporal lo suyo, en épocas donde lo único que se reclama a gritos es el equilibrio de dos puntos: inicio y fin, y a cantarle a Magoya por lo que quede en el medio.

El medio, para Ezequiel, es la palabra. La palabra escrita o hablada en radio, la palabra como anzuelo y pez, como poesía y como aullido sordo. Sabe Ezequiel que, precisamente por ese poder que le damos a la palabra, la transformamos en la mentira que mejor nos abrigue. Y no es eso lo que él quiere. No es muchacho de mentiras. Entonces va el poeta y le arranca cualquier vestido a las letras, las desnuda, las deja entre paréntesis o sueltas, desparramadas en un papel grueso o en el aire. Lo suyo es ver cómo le cae la ropa a los verbos, qué hacen ahora sin saco ni tapaditos cuando el amor, el desamor, el encuentro, los reflejos ficticios del deseo quedan a tientas, manitos cóncavas y convexas, desamparadas de estupidez.

No hay una historia sola en “Mientras tanto”, porque eso también sería un abono al artificio. De un punto a otro del recorrido, Ezequiel elige todos los puntos, todas las posibilidades, todos los cuerpos, todos los sexos, todos los latidos, toda la vida para contarla y (des)contarla en tantas posibilidades le pueda encontrar el poetanarradoratrevido que se mueve, fluye, se detiene, observa y escribe. Escribe. Escribe. (Re)escribe. Abre la poesía en busca de su médula, fluye en la narrativa como quien nada en formas nuevas, propias, distintas.

“Resucitar es aprender a volar”, dice.

Cerca de las alas del muchacho Wolf, tal vez, podamos resistir el combate abierto que nos empuja de “acá” hasta “allá”, de un comienzo al letargo, de un vaso vacío a la botella. La magia ocurre en el Mientras Tanto, ahora más claro que nunca.

Había que ser poeta, ya lo dijo Rimbaud, para ejercer, como hace Ezequiel, la delicada tarea de la videncia.


María Negro


Mientras Tanto (2019)
Ezequiel Wolf
Editorial Indómita Luz

lunes, 24 de febrero de 2020

Lo que trae la niebla, y lo que deja el agua, por María Negro



Un boxeador “fantasma” y un periodista en transición a lo fantasmal.

No hay camino más fuerte hacia el desvanecimiento, que la pérdida del trabajo.

Y este periodista está a punto de saberlo, a menos que encuentre y le realice un reportaje  a Ruiz, el hombre que peleó con Alí y luego escondió su vida en el pueblito Laguna Profunda, donde, a pesar de su nombre, ya no hay agua.

Sí hay conejos. Muchos conejos. Tantos conejos que son (casi) el único alimento del pueblo y moneda de cambio. Parte de un sistema económico fantástico que incluye sauces que lloran con las lágrimas de una mujer y haikus escritos en fósforos por un comisario poeta.

La novela de Marcelo Rubio, “Lo que trae la niebla”, encuentra en la belleza de su construcción poética un delicado ejercicio de reflexión íntima y simbólica. La posibilidad de lo fantástico es aquí una necesidad, como lo es el extrañamiento a la poesía. 
Lo que se describirá excede la composición vulgar del lenguaje, precisa ir más hondo en él para contar aquello que ocurre en el alma de los personajes antes que en las acciones, que no serán más que buenas compañeras de estas emociones que se sirven en la historia con una sencillez deslumbrante. El encargo de lo imposible es un pájaro asustado.

Por esto mismo, la niebla no es objeto sino personaje. Puente y pared de agua, camino y  angustia, el enigma y la inquietud de la espera de todo el pueblo por un barco en una laguna seca. La extensión hasta todos los límites de aquello que se puede llamar esperanza o fe, o locura, pero que les pertenece en un arraigo profundo, como la vida misma.

“Lo que trae la niebla” es la claridad amable de ver que el realismo mágico sigue jugando en la plaza de la palabra como un niño feliz. Que la literatura se da sus medios para reverdecer. Que ésta generación de escritores defiende la belleza en el tiempo de la crueldad, porque también es su arma. La defensa de aquello que estamos seguros ocurrirá, aunque nadie más que nosotros sea capaz de ver el agua.



María Negro


Lo que trae la niebla (2018)
Marcelo Rubio
Editorial Indómita Luz

miércoles, 9 de octubre de 2019

El Farmer, un fantasma que no cesa, por María Negro



Si nadie sabe lo que puede un cuerpo, habrá que imaginar lo que pueden dos.  Un campesino envejecido en el rencor y la locura, y su fantasma corpóreo, vigoroso, intenso.

El Farmer, es el relato teatral de la novela homónima de Andrés Rivera que ingresa en el estado total de un Juan Manuel de Rosas perdido en sí mismo. Sin empatías forzadas. Sin míseras reivindicaciones a un personaje complejo, polémico, que fue expropiado por aquellos a quienes supo beneficiar, y desterrado a una Inglaterra donde la vida trascurrió en la miseria hasta la exhalación.

Pompeyo Audivert será el mismo farmer (granjero, en inglés), con esa manera sin adjetivos con la que se coloca en el escenario. Es lo más parecido a un pañuelo de seda que podamos ver. La expresividad de su cuerpo y su rostro es aún más inmensa y sideral que los diálogos que viajan desde la ironía hasta la crueldad, desde la inocencia hasta el desgarro de la traición.

Rodrigo de la Serna interpreta su alter ego. Su “otro” Rosas aún pleno de poderes, de fuerza, de virilidad. Corre, grita, cae, salta. Lo que podemos llamar locura despliega sus alas como un pájaro en su cuerpo, y no se priva de nada. Ni del humor, ni de las lágrimas, ni de la pasión rabiosa.

Claudio Peña, desde el cello, será la tercera y cuarta presencia en el ritual, artífice de la música indispensable, él y la melodía baja y envolvente que abriga los cuerpos.

Pompeyo y Rodrigo se despliegan en una danza que emula un rastro de Goya, sobre todo en la ferocidad de los trazos; no como expresión de violencia, sino en su intensidad feroz que es la compañera ideal de esa soledad herida, de esa crueldad impotente, de una venganza imposible que se aprieta al deseo que no está muerto, pero que se conforma con el hocico de una perra en el invierno y la nieve.

Un ejercicio total de teatro, no para la complacencia masturbatoria del público, sino como piedra misma que romperá el espejo que nos han mentido y masticado diciéndonos que era el escenario.
No hay espejo. No hay paz. No hay dobles monstruosidades que nos relajen.

Dos cuerpos serán los que griten, los que susurren, los que acudan a un lamento delicado, apenas audible debajo de sus máscaras.

El lamento de una herida que no acabamos de lamer, para entender qué sabor tiene.
Allí también, en el esperma de la historia, se sigue cociendo el lento alimento del presente.



María Negro

El Farmer
Dirección: Andrés Mangone, Rodrigo de la Serna, Pompeyo Audivert
Teatro de La Comedia
Rodriguez Peña 1062
Viernes y Sábados, 22.30 horas
Reservas por PlateaNet

lunes, 7 de octubre de 2019

Bang Bang, el disparo continuo


Se terminaban los 80. La década eterna de la música nacional, de la cocaína, del Sida, de la democracia que se mostraba inútil para frenar la caída del Austral y el incendio que cernía al país. Se terminaban los 80, con su hiperinflación y la llegada del caudillo emponchado que, luego, privatizaría todo lo que cruzara a su paso.

Ahí, en ese fuego concreto y material, Bang Bang hizo su entrada despiadada en los walkman que reventaban pilas para pasarlo una vez, y otra más.

Goya, Rocambole,la poesía impecable, el bajo despiadado, los rocanroles que, violentamente, desplegaban un saxo que colocaba, con extraña dulzura, el sonido perfecto y exacto de una juventud que no sabía para dónde correr.

¿No había sido la dictadura suficiente violencia para que, ahora, la democracia nos golpeara con sus razzias?

¿No alcanzaba con las 30.000 almas arrancadas para que, ahora, la democracia siguiera golpeando sobre cada lomo?

Nuestro amo seguía jugando al esclavo.

Un látigo extenso que demostraba una continuidad histórica entre quienes habían arrancado la tierra con sus tanques y aquellos que, en nombre de la libertad, nos hundían en la miseria a balazos.
Los titanes del orden viril siguen alertas y no han pegado un ojo en estos treinta años. No existe, para ellos, la posibilidad de bajar la guardia. Nunca un perro mira el cielo.

Bang Bang, intencionalmente o no, es el disco que desnuda el discurso de que se come, se cura y se educa con la democracia.

Bang Bang, intencionalmente o no, sigue baleando los días que corren a pura muerte, a todo gramo.

Violencia, siempre siempre, seguirá siendo la mentira.

El arte expresa su tiempo.
Y se queda para siempre, como el registro histórico de lo que gritó en nombre de todos. Así, precisamente así, nos enfrentamos a quienes pretenden liquidarnos.
Desde esta ancha trinchera que es la memoria no nos hemos bajado del caballo.
Benditos los que no dejan de luchar para sacar toda la ropa sucia afuera.


miércoles, 25 de septiembre de 2019

El Cristo roto, una blasfemia milagrosa


El Cristo roto, la nueva novela de Marcelo Rubio, es un ejercicio delicado sobre el cómo desarrollar una historia interesante en una síntesis exacta. No hay imágenes de más, no toda la información será dada al lector (una confianza hacia nosotros que debemos agradecer), las bondades y sus reversos no son absolutos. Las apariencias de cada personaje no son más que máscaras que representan ese extenso carnaval que es la convivencia en un pueblo pequeño, con acciones pequeñas, con universos definidos, con secretos profundos. Nada que envidiar a las grandes ciudades, solo que en la inmensidad de individuos, esas grandes tragedias escondidas en la máscara logran disimularse mucho mejor.

Si la idea de una historia que acontece en un pueblo nos remite a cierta literatura específica (como Osvaldo Soriano), Marcelo Rubio encuentra otra posibilidad, más cercana a la poesía, a la construcción poética del pensamiento interno; reafirmando desde la belleza las rabias de un país aislado en sus partes desde que las venas ardientes de los carriles del tren fueron desbastadas.

Pero no es una historia de trenes, aunque también.

Un restaurador será convocado por el intendente de un lugar que podría ser cualquiera, para recomponer la imagen de un Cristo particular. Un Cristo que contiene en sí los intereses más altos de cada persona en ese pequeño pueblo. Desde las necesidades terrenales y concretas, que preanuncian un futuro próspero y salvador (sobre todo para el intendente y el cura), hasta las necesidades del alma, esas que no suelen pesar más que en la balanza pequeña y frágil de la vida propia.

La blasfemia y los milagros no son para cualquiera. Hay que merecerlos. La magia es un delicado mecanismo de azares que solo se muestra ante los ojos agotados de observar la vida desnuda de misterios. Marcelo Rubio logra en su literatura componer el misterio y la fe, los sacude del polvo de la vulgaridad, y nos brinda un viaje veloz, fílmico, amable, intenso.

Como los trenes, aunque no sea una historia de trenes.
Pero también.


María Negro

El Cristo roto, de Marcelo Rubio
Editorial También el caracol (2019)


viernes, 30 de septiembre de 2016

Tonalidades de verbo





















Hubiera o hubiese
bailado en cada mordisco de
tu boca.

Te juro.

Emperrada en el relámpago.
Amurada, tácitamente.

La pasión vuelta un desierto.
El comportamiento de lo que será vacío.

Y el fuego,
como todo horizonte.